Semillas del Territorio: Raíces para resistir y reinventar el futuro
Por Otilio Arturo Acevedo Sandoval, profesor investigador del Área Académica de Química
En los últimos años, los efectos del cambio climático se han vuelto innegables en distintos rincones del estado de Hidalgo. Las sequías más prolongadas, el aumento de las temperaturas, la disminución de fuentes de agua y la pérdida de biodiversidad se suman a un escenario ya complicado por la degradación del suelo, la deforestación y la desigualdad social.
Ante esta realidad, surge una pregunta crucial: ¿cómo puede la entidad responder a esta crisis sin perder sus raíces? La respuesta podría encontrarse, justamente, en el lugar menos esperado: su patrimonio.
Generalmente visto como algo del pasado, el patrimonio cultural y natural puede ser una herramienta poderosa para enfrentar los desafíos tanto del presente como proyectar un futuro más justo y sostenible.
Desde los saberes tradicionales que perviven en las comunidades indígenas y campesinas, hasta los ecosistemas únicos que habitan en las zonas montañosas, bosques mesófilos o semidesiertos del estado.
Hidalgo posee un legado que no solo debe preservarse, sino también activarse como fuente de resiliencia colectiva.
La región del Valle del Mezquital, por ejemplo, alberga prácticas agrícolas ancestrales desarrolladas por el pueblo otomí-tepehua, quienes desde hace siglos han cultivado en condiciones de escasez hídrica gracias a técnicas como la milpa, el uso de nopaleras y los sistemas tradicionales de captación de agua. Estos conocimientos, lejos de ser obsoletos, son hoy más relevantes que nunca, en un contexto donde los modelos industriales de producción están mostrando sus límites frente al cambio climático.
Asimismo, los pueblos originarios de la Sierra Otomí-Tepehua y la Huasteca hidalguense han conservado una relación íntima con la naturaleza a través de rituales, medicina tradicional y organización comunitaria. Estos vínculos, profundamente arraigados en el territorio, no solo sostienen identidades colectivas, sino que también ofrecen pistas para repensar formas más equilibradas de habitar el entorno; en tiempos de crisis, la sabiduría local puede ser una brújula valiosa.
En cuanto al patrimonio natural, Hidalgo cuenta con áreas protegidas y ecosistemas que funcionan como pulmones ecológicos y sumideros de carbono, como la Reserva de la Biósfera de la Barranca de Metztitlán o los bosques de niebla en la Sierra de Tenango.
Estos territorios no solo conservan biodiversidad; también permiten observar los cambios en los ecosistemas, actuar como barreras naturales contra desastres y ofrecer alternativas sustentables como el ecoturismo comunitario, que ya ha comenzado a florecer como es en municipio de Acaxochitlán, así como en otros.
Pero para que el patrimonio cumpla este rol transformador, es necesario cambiar nuestra mirada.
No se trata sólo de conservar piedras antiguas o fiestas tradicionales como si fueran piezas de museo. Se trata de reconocer el patrimonio como un archivo vivo: una memoria colectiva que se adapta, que aprende de los errores del pasado, y que puede inspirar decisiones más sensatas frente al futuro. En Hidalgo, muchas comunidades han demostrado que esta visión es posible, organizándose para proteger sus recursos naturales, recuperar oficios tradicionales o defender sus lenguas originarias.
Hoy más que nunca, México, y en particular nuestro estado, necesita unir su riqueza cultural y natural con políticas públicas que valoren los saberes locales, promuevan modelos sostenibles de desarrollo y fortalezcan el tejido comunitario.
Porque el patrimonio no es solo lo que se hereda, sino también lo que se transforma y se protege para las generaciones que vienen.
Enfrentar la crisis socioecológica requiere tecnología, sí, pero también memoria, y en las raíces profundas del pueblo hidalguense puede encontrarse la fuerza para resistir, adaptarse y florecer en un mundo que cambia rápidamente.
“Cultivando esperanza, diversidad y autonomía”