Gaceta UAEH

Agua que siembra vida y creencia


Por Atzin Roxana Juarez Sanchez
Fotografía: Cortesía


Agua que siembra vida y creencia

El agua, además de ser un elemento crucial para nuestra existencia y consumo diario, desempeña un papel esencial en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Pero, al mismo tiempo, ha tenido una importancia fundamental para los pueblos mesoamericanos, tanto en lo cultural como en lo espiritual y cotidiano, ya que fue concebida como una deidad o fuerza divina, digna de culto, respeto y temor. Esta concepción está ligada a una compleja red de distintos factores que sobreviven en las comunidades indígenas actuales.

Por ello, Revista Gaceta UAEH dedica un espacio para destacar al agua, no solo como un elemento natural, sino también por el amplio significado que tiene. Por esta razón acudimos con Luis Francisco Sánchez Fonseca, profesor del Área Académica de Historia y Antropología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades (ICSHu) de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH).



El agua dejó de ser vista únicamente como un elemento físico y se convirtió en un principio activo de vida, dotado de voluntad propia, merecedor de respeto, culto y ceremonias.


Distintos nombres y caracterizaciones, una sola deidad


Agua que siembra vida y creencia 2

Luis Francisco Sánchez Fonseca, profesor del Área Académica de Historia y Antropología de la UAEH.



Dada su importancia para la agricultura, la fertilidad y la vida, el agua fue concebida como una entidad sagrada por distintos pueblos mesoamericanos, quienes optaron por personificarla en forma de deidad. Esta divinización respondía no solo a su valor práctico, sino también a su poder transformador y a su presencia constante en los ciclos naturales, por lo que dejó de ser vista únicamente como un elemento físico para convertirse en un principio activo de vida, dotado de voluntad propia merecedor de respeto, culto y ceremonias.

En el estado de Hidalgo, especialmente en la región del Valle del Mezquital, los pueblos indígenas hñahñus veneran a Bok´yä, una serpiente de lluvia que forma parte de su mitología, considerada una entidad poderosa que habita en cuevas o en el subsuelo, y cuya presencia está estrechamente relacionada con la fertilidad de la tierra y los ciclos agrícolas.

En el caso de los mexicas, Tláloc era el dios de la lluvia, el agua y los rayos. Se le rendía culto en el Templo Mayor de Tenochtitlán, donde se realizaban ofrendas, incluidos sacrificios infantiles, para asegurar lluvias favorables en el tiempo de cosecha.

Por parte de los mayas, Chaac era a quien le tenían devoción por ser el dios del trueno y el relámpago. Se le representaba con una máscara con nariz larga y curva. Además, era clave para las cosechas de maíz y se le hacían ceremonias en cenotes y cuevas.



Estas cosmovisiones ofrecen una lección vital sobre la necesidad de reconectar con la naturaleza desde una perspectiva de reciprocidad y cuidado.


Cuando el humano habla, el agua escucha



Como parte de la adoración a las divinidades, las comunidades practicaban diferentes rituales profundamente simbólicos, estrechamente ligados al calendario agrícola y religioso. Éstos se realizaban para propiciar la lluvia, agradecer las cosechas o pedir protección contra fenómenos destructivos como el granizo o las sequías. Estas ceremonias podían incluir danzas, cantos, ofrendas de alimentos, flores, copal e incluso, en algunos contextos, sacrificios.

En la actualidad, algunos pueblos, como el Valle del Mezquital, continúan con prácticas ancestrales de petición de lluvia, ya que la falta de la misma se interpreta como una señal de que no se han cumplido adecuadamente con las obligaciones hacia las deidades del agua, lo que rompe el equilibrio necesario para que la vida florezca.

El agua, más que un recurso natural, representa para los pueblos originarios un elemento sagrado cargado de vida, poder y significado espiritual. A través de rituales y ofrendas, estas comunidades mantienen una relación de profundo respeto con este elemento, al que reconocen como una deidad que sustenta el equilibrio entre el ser humano, la naturaleza y el cosmos.

En el contexto actual de crisis hídrica y ambiental, estas cosmovisiones ofrecen una lección vital sobre la necesidad de reconectar con la naturaleza desde una perspectiva de reciprocidad y cuidado. Preservar estos saberes ancestrales no solo honra la diversidad cultural, sino que también puede ser clave para construir una relación más armónica y sostenible con nuestro entorno.