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Despedimento: un ritual de dolor y fiesta
Por Alejandra Zamora Canales
Fotografía: Alejandra Zamora Canales y Freepik
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Se le escapó el alma durante la noche. Nadie se dio cuenta hasta que el gallo emitió su primer canto, seguido del sollozo doliente de su madre y su padre. No era la primera criaturita que los dejaba antes de tiempo; sin embargo, el sentimiento de pérdida se volvía más intenso porque era la primera niña de la familia.
Entre 1800 y 1950, el índice de mortandad infantil en México era alto. La mayoría de infantes no vivía más de cinco años en gran medida debido a la marginación, la falta de médicos y el desconocimiento de enfermedades. Además, muchos embarazos eran en niñas de 12 a 15 años de edad, cuyos cuerpos rechazaban naturalmente a los fetos.
Así, con un suspiro se fueron las ilusiones de doña Imelda de enseñarle los menesteres de los hornos, los sonidos de las cazuelas, ollas y pocillos, los aromas del café recién servido o de los chiles tostados. Los sueños de don Hilario eran un día verla vestida de novia, llena de azares en el cabello y encaminarla al altar donde los santos y vírgenes fueran testigos del voto de amor eterno de su niña, quien fue reclamada por la muerte a tan solo tres meses de haber llegado a este mundo.
Los rituales fúnebres para las infancias en América Latina eran conocidos como “Despedimento del Angelito", una práctica católica que se realizaba a toda niña o niño menor de 15 años de edad que estuviera bautizado.
Los cascos de los caballos se hundían en la tierra humedecida por el temporal que azotó la montaña desde hace dos días. Doña Carmen, madrina de la pequeña Isabela, decía que la lluvia era una señal del cielo por la muerte de la hija de sus compadres. “Dios, las Vírgenes y los Santos lloran en tu lugar Imelda. Recuerda que ni una lágrima deberás derramar, porque de lo contrario, las alas de tu angelito se quemarán y quedará varada a merced del Maligno”, decía la mujer mientras ambas esperaban a que el fotógrafo, quien venía desde un estudio de la capital, bajara de la carreta todos sus artilugios alquímicos para tomar la fotografía de la angelita, que cuidará por la familia una vez que termine el Despedimento.
Las fotografías post mortem, también conocidas como “La Muerte Niña”, se realizaban durante los primeros días de la muerte de una persona y tenían la finalidad de mantener vivo el recuerdo de la o el fallecido. En el caso de los infantes, el retrato también se utilizaba en el altar familiar.
El incienso y el copal comenzaron a danzar por la habitación principal, buscando ocupar cada rinconcito del área para apaciguar el posible aroma a descomposición. El fotógrafo hizo bien al pedirle a Gabriel, el hijo mayor de la familia, que fuera por gardenias, rosas, crisantemos y dalias blancas para montar una escena, haciendo parecer que Isabela aún vivía, como si tan solo se estuviera dormida, como todos los bebés de su edad.
En México existieron reconocidos fotógrafos de “Angelitos” como Romualdo García, Juan de Dios Machain y Pablo Ibarra. Se colocaban flores o platos con cebolla para contrarrestar el aroma de descomposición de los cuerpos.
Doña Imelda se sentó en el lugar señalado por el fotógrafo y dejó que acomodara el cuerpo de su pequeña, que yacía entre sus brazos tan tranquila como la última vez que la vio con vida. Su marido, Hilario, había intentado aguantar la pena como los convencionalismos dictaban; pero podía ver el dolor en su mirada, su respiración y por la forma en que le tomaba la mano o el brazo durante la fotografía. Su relación había sido arreglada por sus familiares y compartían pocos gustos en común al inicio de su vida conyugal. No es raro que la mayoría de matrimonios no se dirigieran la palabra o solo se encontraran juntos para evitar las habladurías del pueblo, terminando en el odio; pero ellos habían forjado una complicidad única, porque aunque lo que sentía por Hilario no se asemejaba a aquello que la gente llama amor, ni era el mismo sentimiento que tenía hacia sus hijos; era algo distinto, un sentimiento que entreteje a sus corazones por la eternidad, esta vez, debido al dolor.
Se consideraba que la muerte de un infante era algo que debía celebrarse en lugar de llorarse, porque el o la pequeña que había fallecido carecía de pecado alguno y, por ello, se convertía en un ángel de Dios que velaba por la familia y se convertía en un canal directo con el Cielo.
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Don Francisco Jiménez, padrino de bautizo de cada uno de los niños Velasco Arteaga, no esperó ni un segundo para iniciar los preparativos del servicio fúnebre de la pequeña. No era la primera vez que tenía que hacer un "Despedimento de Angelito", ya lo había realizado para los Ortega, los Hernández y la viuda Gómez, quien perdió a todos sus hijos por la gripe española.
Ya había encargado botellas de tequila y licor de caña a la cantina “El Atorón", esa que frecuentan con regularidad la mayoría de los hombres del pueblo, bien conocida por la capacidad de su alcohol para embrutecer a más de uno con los primeros sorbos.
Carmen, su mujer, se había encargado del ajuar de la niña: un ropón blanco que llegaba hasta el piso; su cabeza sería coronada por un arreglo de pequeñas flores blancas que harían la función de una corona y, entre sus manitas colocarían una palmita. Ninguno de estos elementos podría faltar, de lo contrario, la Angelita no podría hacer frente a los obstáculos que se presentaran en su camino hacia el cielo.
A las y los niños se les vestían totalmente de blanco; en algunos casos se les ponían vestimentas que evocaban a vírgenes y santos, mientras que en otros se les colocaban alas de ángeles.
Caía la tarde y con ello se dio inicio al fandango. Habían contratado al mariachi “Luna viajera”, ese que tanto le gusta a don Hilario por su forma versátil de tocar; sin embargo, ninguno se imaginó que sus primeras notas para la niña fueran las de los minuetes y parabienes. Cómo hubiera deseado don Francisco que el arpa, la vihuela y el guitarrón no tuvieran que llorar con cada nota el dolor de la pérdida de una hija tan pequeña; pero consideraba que era necesario que alguien se encargara de dar consuelo a los dolientes y alejar a las fuerzas malignas del alma que está en plena transición.
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Gabriel, Florentino y Santiago Velasco Arteaga correteaban, brincaban y reían en el patio junto a los niños de las demás familias que habían llegado a su casa, ya que se había dado aviso a todo el pueblo para que las y los de menor edad acompañaran a la pequeña Isabela durante su viaje, a través de juegos como “Los buenos padres”, la lotería o las canicas, juegos que ella no conoció en vida.
Las colonias españolas heredaron mucha de esta idiosincrasia alrededor de la muerte y del niño; el pensamiento del niño que muere en pureza y santidad. Por ello, la presencia del juego, del baile, de la danza y de la música son centrales en el ritual.
Por momentos, Florentino, el hijo de enmedio, recordaba el por qué se encontraban ahí; pero aún era muy joven para entender por completo la situación, solo sentía cómo el aire se encontraba enrarecido por la vida y la muerte. Su sonrisa se desvaneció al darse cuenta que su hermana ya no estaba. Le hubiera gustado hacer travesuras con ella, robarse los huevos de las gallinas por las mañanas, trepar a los capulines para comerse sus frutos o ver a las golondrinas hacer volteretas durante el verano cuando las luciérnagas salen.
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La infanta Rocío, hija de sus padrinos, sacó a Florentino del trance con una buena sacudida, para no se viera involucrado en el zafarrancho entre el joven Cristian Aguilar y don Rodrigo Pérez, quienes a causa del exceso de copas y palabras desbordadas, provocaron que la sangre fluyera, los puños chocaran y uno que otro diente saliera volando hasta llegar al juzgado.
La gran mayoría de fuentes documentales sobre el despedimento provienen de los juzgados, debido a los constantes conflictos que se generaban durante los fandangos a raíz del alcohol.
Desde la iglesia del pueblo partieron rumbo al panteón. Don Hilario, don Francisco y sus hermanos cargaron la caja con Isabela, llena de azahares, nube blanca y margaritas. Tras ellos, se encontraba doña Imelda, cubierta de pies a cabeza con el luto que llevaría por un largo tiempo; en cada mano, uno de sus hijos la acompañaba, siendo su soporte para no derrumbarse en el último tramo de este peregrinar.
Detrás de ellos, el mariachi “Luna viajera” alistó sus instrumentos para que, desde lo profundo de las gargantas de sus integrantes, se emitiera el último adiós de la infanta Isabela en un parabién.
“Dichoso de este angelito
dichoso el día en que naciste. (bis)
Adiós, mi padre y mi madre
y padrino que tuviste. (bis)
Me voy de aquí, de esta casa,
me voy a gozar mi gloria; (bis)
Adiós, adiós,
me voy cantando victoria. (bis)
No me llores madre querida,
que me atormenta tu llanto. (bis)
Adiós, adiós,
la tierra me está esperando. (bis)”
Vázquez Valle, Irene (2000) Suenen tristes instrumentos. Cantos y músicas sobre la muerte, Serie Testimonio musical de México 37. INAH. México.
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Despedimento: Montaje artístico
La ficción anterior se genera a partir de la investigación realizada por Ricardo Campo Castro, profesor investigador del Área Académica de Danza del Instituto de Artes (IA) de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), quien ha dedicado poco más de dos años a indagar sobre el “Despedimento de Angelito”, un ritual fúnebre que se practicaba en toda América Latina debido a sus raíces hispanas y católicas. En nuestro país se llevó a cabo en mayor medida en los estados de Jalisco, Nayarit, Colima, Zacatecas, así como en partes de Puebla y Tlaxcala.
Para el investigador Garza, este trabajo busca no solo rescatar una práctica ritual, dancística, musical y etnográfica importante de nuestro país, sino también realizar un cruce con la creación artística, en un montaje investigativo. En el 2023, durante la Segunda Jornada de Procesos Educativos "Investicreación dancística", organizada por el Grupo de Investigación Sociedad e Inclusión, se realizó un primer montaje que llevó por nombre “Muerte niña”. El cual se puede apreciar en el siguiente enlace https://www.youtube.com/watch?v=WhSwDuGjxww.
“La investigación es fundamental para el proceso creativo. Es fundamental conocer el hecho para poder deconstruirlo y darle otro orden, jugar con los elementos; pero, sobre todo, llenarlos de sentido y de significado”, declaró Campo Castro.
Actualmente, el docente Garza está realizando el montaje de egreso de la Licenciatura en Danza de este 2024, el cual, también abordará su investigación desde lo contemporáneo y lo folclórico, para brindar una experiencia completa sobre el mundo terrenal y el sobrenatural. A su vez, contará con la participación de la comunidad estudiantil del Instituto de Artes para generar cruces interdisciplinarios con todas las licenciaturas del plantel, en un proyecto ambicioso que une la investigación académica con la creación artística.
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Ricardo Campo Castro, profesor investigador de la UAEH
“Parte del proceso formativo de las y los estudiantes es que entiendan, por un lado, el papel tan importante que tiene la investigación para los procesos de creación, y por otro, que consideren otras posibilidades para crear desde la disciplina folclórica y la contemporánea”, puntualizó el bailarín, investigador y creador Garza.