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El lenguaje silencioso de la tierra
Por Alejandra Zamora Canales,
y Leticia Romero Bautista, profesora investigadora del Área Académica de Biología
Fotografías: Alejandra Zamora Canales, Archivo, Freepik
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Enraizadas en lo profundo de la oscura y húmeda tierra, se expande e hilvana una diminuta pero compleja red de caminos infinitos que trazan un mundo desconocido, casi imperceptible, donde dos reinos se funden para iniciar una conversación silenciosa, biológica, eterna e inquebrantable que sostiene a nuestro mundo natural.
La edición de este mes de Gaceta UAEH está dedicada a los hongos y su papel en diferentes áreas de nuestra vida. Por lo que en esta ocasión, acudimos con Leticia Romero Bautista, profesora investigadora del Área Académica de Biología del Instituto de Ciencias Básicas e Ingeniería (ICBI), de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), para conocer un poco más sobre ese lenguaje silente que es teorizado por Suzanne Simard y Andrew Adamatzky.
Micorriza: una asociación provechosa
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Leticia Romero Bautista, especialista en micología y promotora del Festival Universitario del Hongo que organiza esta casa de estudios, explicó que fue durante la era paleozoica, que comenzó hace 500 millones de años, los hongos y las plantas empezaron algún tipo de relación, la cual, posteriormente les permitió invadir el ambiente terrestre. En este “acuerdo de colaboración”, los hongos aportan su sistema micelial, que es el conjunto de hifas, es decir, es el conjunto de filamentos que forman el micelio, mientras que las plantas pueden desarrollar y expandir sus propias raíces, lo que forma su propio sistema radicular.
Por otra parte, puntualizó que las investigaciones desarrolladas por Suzanne Simard, profesora de ecología forestal en la Universidad de Columbia Británica (UBC) en Canadá, revelan que existe una estrecha relación entre las raíces de las plantas y los hongos subterráneos, a esta asociación simbiótica se le conoce como redes de micorrizas.
“La micorriza ha sido considerada la mejor empresa en cuanto a un grupo de organismo se trata, aquí es un ganar-ganar, nadie pierde. Por un lado, los árboles le suministran lo necesario a los hongos para poder continuar, y los hongos le suministran aspectos interesantes a las plantas para encontrarse en un buen estado de salud”, declaró la experta Garza.
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Leticia Romero Bautista, especialista en micología y promotora del Festival Universitario del Hongo.
Desde el punto de vista biológico, Romero Bautista menciona que la micorriza se forma a través del conjunto de las hifas con las raíces de las plantas, estas últimas reconocen al micelio como un organismo que le trae beneficios, por lo que empieza a crecer entre o dentro de sus células.
La bióloga Garza destacó que la red de comunicación establecida entre árboles por medio de los hongos, envía señales y metabolitos secundarios, es decir, compuestos químicos que son sintetizados a partir de aminoácidos, carbohidratos, lípidos o ácidos nucleicos, entre otros, para hacer frente a innumerables variables como la falta de luz, escasez de nutrientes, precipitaciones, el ataque de microorganismos, así como generar sustancias desagradables para los animales herbívoros.
Esto se realiza a través de un “diálogo de nutrientes” en una trama de conexiones subterráneas exclusivas parecidas a calles y avenidas, en donde los hongos entrelazan su micelio con la raíz de los árboles para que las señales y nutrientes sean transportados de planta a planta.
Romero Bautista explica que Simard se percató de la micorriza tras un accidente con su perro, el cual cayó en una ciénega, durante el rescate vió una red blanca y algodonosa en las raíces de los árboles que llamó su atención. Dicho evento implantó en su mente la pregunta sobre sí los árboles se comunicaban entre sí y en su caso cómo llevaban a cabo ese proceso.
El equipo de investigación de la ingeniera forestal descubrió, tras una serie de análisis microscópicos, que existe una extensa red subterránea de hongos que conectan las raíces de los “árboles madres”, es decir, aquellos de mayor edad, con los más jóvenes.
Actualmente más del 90% de las plantas vasculares se asocian con los hongos a través de una de las empresas más exitosas de la naturaleza, las micorrizas.
La doctora Leticia Romera enfatiza que este sofisticado intercambio de señales y sustancias químicas es un tipo de “lenguaje” preestablecido entre raíces y micelio, mismo que es considerado como una “red de internet de la naturaleza”.
El lenguaje del suelo
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La profesora Garza resaltó que una de las características más fascinantes de los hongos es su intrincada red de micelio, cuya capacidad parece no tener límites, siempre y cuando los ambientes donde se desarrollan sean beneficiosos para su crecimiento y alimentación.
Estos organismos son expertos en el suelo, se extienden a velocidades y profundidades sorprendentes, por lo que invaden con rapidez la tierra. Las interacciones entre ellos no son más que respuestas automáticas a una serie de detonantes químicos, por lo que pueden percibir su entorno, extraer nutrientes, reproducirse sexual y asexualmente e incluso, cazar o ahuyentar a sus agresores.
El fascinante reino fungi guarda secretos que poco a poco se buscan desentrañar, como: si poseen una conciencia o su capacidad de comunicarse, a través de un lenguaje parecido al de los humanos. Sobre este último aspecto, Andrew Adamatzky, director del Laboratorio de Computación no Convencional de la Universidad del Oeste de Inglaterra en Reino Unido, investigó junto a su equipo más a fondo sobre esta posibilidad lingüística.
El equipo de investigación insertó microelectrodos entre el micelio y los hilos de hifas de cuatro especies de hongos: enoki (Flammulina velutipes), oruga (Ophiocordyceps síntesis), fantasma (Omphalotus nidiformis) y nanacate (Schizophyllum comunes), con el objetivo de estudiar su actividad eléctrica, a pesar de carecer de un sistema nervioso centralizado.
Se descubrió que estos organismos emiten impulsos eléctricos cuya variación de amplitud, frecuencia y duración forma patrones que tienen similitudes con el habla humana. Adamatzky denominó a este intercambio como “trenes de impulsos eléctricos”, los cuales podrían constituir un tipo de lenguaje compuesto por aproximadamente 50 “palabras fúngicas” con las que comunican acerca del alimento, posibles heridas, estado del tiempo, incluso del temor que pudiesen sentir ante determinadas circunstancias.
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Estas conexiones entrelazadas a través de los hongos, tienen la capacidad de colaborar y construir ecosistemas más fuertes, por lo que el bienestar de la humanidad depende de esta asociación.
Leticia Romero Bautista declara que cuando se menciona el término “comunicación”, se hace referencia a un lenguaje reconocido por el hombre, sin embargo, es difícil imaginar que organismos “no tan complejos” puedan establecer algún tipo de “expresión”, sobre todo cuando se trata de comprender la interacción entre organismos no humanos carentes de un sistema nervioso y más aún, sin cerebro.
A su vez, resalta que la gran mayoría de las especies de hongos viven inmersos en un complejo sistema lleno de compuestos químicos, por lo que son capaces de convertirse en “informantes moleculares”. De esta manera establecen una relación con las plantas, los animales y entre ellos mismos.
“Ante un escenario inestable y cada día más alterado, es fundamental conocer las alianzas que establecen los diferentes organismos que habitan las profundidades del suelo. Observarlos como una ‘inteligencia colectiva’, con la importancia que merecen, pero sobre todo aprender de ellos, sobre su dinámica, sus necesidades y acercarnos a la comprensión de este ‘lenguaje’ permitiría un futuro sostenible para nuestro planeta”, concluyó la académica Garza.
Estos estudios permiten expandir los límites de nuestra imaginación, al mismo tiempo que se formulan nuevas interrogantes sobre un reino que crece y se expande debajo de nuestros pies, para dejar ver sus formas, colores y texturas a ras de los suelos, en las cortezas de los árboles, en las piedras cercanas a los ríos e incluso, desde el interior de pequeños insectos, para mostrar un reino imperceptible que se comunica en silencio cuando las lluvias del mes de agosto llegan.
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